Fue en el 2019 que me encontré revuelta entre palabras con @, x y e; todo me sonaba como el juego “hebene mesque perede le pered” (Había una mosca parada en la pared). En particular, me preguntaba cuál podía ser la utilidad de prestar tanta atención al lenguaje cotidiano -desde mi perspectiva en ese entonces- incipiente. Precisamente la pregunta sigue siendo importante: ¿Cuál era la razón para una necesidad incluyente?

En México, de acuerdo con CONAPRED (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación), se les considera grupos en situación de discriminación a: personas de la tercera edad, personas afrodescendientes, personas de pueblos indígenas, mujeres, infancias, personas con discapacidad, personas de la comunidad LGBTTQ+, entre otros grupos.

Con lo anterior, además de sentir frustración y tristeza, comprendí que la discriminación vulnera directamente la vida de cientos de miles de personas cotidianamente. En este sentido ¿Cuál podría ser el papel del lenguaje?

Pensemos en Martín, tiene 9 años y disfruta de cantar, pintar y armar robots. Sus calificaciones son buenas, tiene varias amistades y las personas a su alrededor resaltan que su sentido del humor alegra a cualquiera. Pero, en su escuela le conocen como el de la silla de ruedas, el que tiene discapacidad, el de 4to con parálisis cerebral. O en Diana, a quien por estar casada con Bernardo le reconocen desde hace 10 años como la mujer de Bernardo. También podemos encontrar historias como la de José, es herrero y padre de familia; tuvo que abandonar su hogar y todo lo que conocía porque una banda criminal amenaza con hacerle daño a él y a su familia. Por lo que ahora camina en un país extranjero y le llaman el inmigrante, el venezolano.

¿Acaso está mal nombrar la discapacidad de Martín o el contexto migrante de José? No, ambos son una realidad. Sin embargo, en ninguna de las expresiones anteriores se menciona que es una persona; sin mencionar el tono despectivo o excluyente de las mismas. Así pues, antes de que Martin tenga discapacidad es una persona, antes de que Diana sea la que está casada con otra persona tiene un nombre.

Son los grupos vulnerables quienes reciben adjetivos minimizados o devaluadores. En el caso de la discapacidad escuchamos “la cieguita”; con la orientación sexual o la identidad sexual y/o de género escuchamos “el invertido”; a las mujeres suelen decirles “señorita” cuando a sus colegas les llaman “arquitecto, doctor”; y un largo etc.

La idea de contemplar el lenguaje como una lucha por la igualdad comenzó en los años 70, casi exclusivamente en grupos de mujeres feministas. La inconformidad comienza con la conciencia de que la mujer es un miembro activo de la sociedad y de la raza humana. Aún es común encontrar textos de suma relevancia para la historia del pensamiento titulados con “El hombre…” en alusión a la raza humana.

Es verdad que en el idioma Español el masculino genérico fue una solución lingüística sencilla por un tiempo; sin embargo, actualmente esa solución promueve el androcentrismo y la discriminación sistemática de grupos vulnerables.

Probablemente se pregunten si la manera correcta de hablar será el hebene mesque perede le pered. Afortunadamente no. La CNDH (Comisión Nacional por los Derechos Humanos) se propuso elaborar una guía titulada Lenguaje Incluyente y No Sexista (LINS) y la puso a disposición de todas las personas que deseen consultarla en su sitio web. Ahí encontré unos tips buenísimos:

  • Desdoblamiento y uso alternado.
  • Sustitución de colectivos.
  • Nombres abstractos.
  • Omisión de sujeto.

¿Y el famoso pronombre “les”? ¿Se usa o no se usa? Pues depende. Para las personas cis hetero no es necesario; o sea las personas que nacieron con un sexo (hombre o mujer) y su identidad sexual y de género corresponden entre sí. Sin embargo, para algunas personas de la comunidad LGBTTQ+ puede ser necesario cuando su identidad sexual y/o de género no es cis o son personas intersexuales. ¿Cómo saber? Preguntar puede ser una cortesía.

Después de navegar profundo en la información que diversas instituciones comparten de manera libre y gratuita, concluí que nombrar algo es reparar en su existencia y asignarle una categoría. Además, los nombres y las formas de expresión son un reflejo cultural; de cómo habitan tales o cuales personas, situaciones, cosas en nuestras mentes. Ahí, justo ahí, está la importancia de prestar atención a nuestro lenguaje cotidiano. Porque a través del nombrar perpetuamos, transformamos, crecemos, devaluamos, excluimos o incluimos. Por lo tanto, nombrar es ocupar un espacio y todas las personas tenemos derecho a un espacio dignificante y con garantía de derechos.

Lic. Mariana García Molina

Lic. en Psicología
Cédula Profesional: 13119821

Junio de 2023


Referencias
https://utig.cndh.org.mx/Content/Files/sec04_B/sec04_B01/LINS/00_por-que-usar-LINS.pdf

por Azomalli

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